DESDE LA BARRERA. Cuarta entrega

 

IV

Era sábado, Chava se despertó antes de que sonara el despertador, estaba impaciente, era la primera vez que iba a tentar todas las vaquillas de los Bonany, quienes, ya con la anuencia de los Arámburu, le pidió el favor a Salvador para ahorrarse los gastos de desplazamiento de alguno de los toreros de siempre, además, confiaban en Chava porque conocían su buen hacer y esto les evitaba tener que probar suerte con algún maletilla.

Conduciendo el automóvil de alta gama y modelo del año, llegó hasta el camino blanco que conduce ya directamente hasta la Hacienda de los Tulipanes. Al llegar a la entrada, tocó el claxon y enseguida, la enorme puerta que lucía el hierro de la ganadería: una flor de hibisco, enrollada en un estoque, fue abierta por un peón que le permitió el paso enseguida, pues sabía de quién se trataba y sabía a qué iba.

- Buenos días, señor.

- ¿Qué pasó? Buenos días. – contestó Chava tan natural y sinceramente amable como siempre.

- Ganó usted a los patrones, todavía se están preparando para la tienta.

- Ya ves, mi estimado, la afición que trae uno por dentro, - Suerte, patrón.

- Gracias.

Dijo Chava sacando la mano por la ventanilla para acompañar el saludo con un gesto de despedida amigable y continuó hacia el interior de la maravillosa hacienda, estacionó el vehículo que había quedado cubierto de polvo blanco, y cuando bajaba, se le acercó otro peón:

- ¿Se lo lavamos, patrón?

- Bah, ¿para qué? Si cuando salga otra vez se me va a volver a poner blanco de sascab, déjalo, gracias.

- De nada, patrón.

Y ya que no le sirvió de lavacoches, el peón entonces se conformó con servirle de mozo de espadas, por lo menos de lo que va desde el coche hasta el tentadero, Chava cogió la maleta de piel en donde llevaba los trastos, regalo, por cierto, que había sido de sus amigos los mantequeros, quienes lo habían traído de uno de sus viajes por Europa, la maleta era de manufactura portuguesa, pero, lo que iba en el interior era todo hecho en España.

- Deje Patrón, yo se la llevo.

- Gracias mi estimado.

- De nada, - y tentador y mozo se encaminaron hacia el ruedo. Ya ahí, Chava comenzó a preparar el cuerpo, el día prometía calor en todos los sentidos, climático, fraternal y emocional.

Pero a esas horas de la mañana, la temperatura era todavía suave, un aire delicado y perfumado con aroma a hierba fresca que movía suavemente las hojas de las ceibas y de los hibiscos que la gente de aquí los reconoce como sus tulipanes, inundaba el ambiente y hacía caer en un estado de tranquilidad, de calma, de bonanza, cosa que a Chava le sentó de maravilla.

Ya en el ruedo, comenzó a hacer flexiones y estiramientos, después de un rato, empezaron a llegar todos los involucrados en el examen al que iban a ser sometidas las futuras madres de los bravos toros, respetando siempre la nobleza de estos animales, los taurinos, erigidos en tribunal, iban a seleccionar a las genéticamente mejor dotadas en bravura y trapío para que hereden a sus crías estas características que, aunadas con los sementales que habían sido indultados en el ruedo por sus nobles aptitudes iban a resultar el sueño de toda ganadería de reses bravas.

El ganadero, libreta y pluma en mano, después de saludar afectuosamente a Chava, se fue hasta su sitio, desde donde iba a ejercer momentáneamente de dios.

Salió la primera vaquilla, Chava le dio los primeros lances de tanteo y luego ya, viendo que el ganado prometía, se plantó en su terreno natural y lanceó tres verónicas magníficas, tuvo la idea de sacarle otra, pero decidió rematar la tanda con una rebolera para no cansar al animal, luego, pidió que entraran los picadores.

- Chava, ¿le quedaba más capote no? – preguntó el ganadero.

- Creo que sí, pero con estos lances es suficiente de todas formas, la llevaré hasta el caballo ¿quiere ver algún detalle en particular?

- Mira a ver si la puedes llevar por verónicas.

Los picadores ya estaban en el ruedo, cada uno en su puesto, la vaquilla se enfiló decidida a arremeter al caballo de contrabarrera.

- Sólo señala, José, no recargues, - indicó Chava al picador.

La vaquilla empujaba con la cabeza al caballo pidiendo guerra a la vez que movía el rabo.

- Aguanta José, no le des más, - ordenó Chava que ya estaba acercándose para retirarla del penco con el capote, bajo la atenta mirada de otros dos trabajadores de la ganadería que tenía por subalternos.

- A lo mejor está todavía demasiado boyante ¿no? – preguntó el picador.

Tal vez, pero quiero probar con mucha muleta, y necesito que tenga frescura, así que mejor déjala, ya está.

La tienta fue del total orgullo para el ganadero quien tenía ahora razones para sentirse optimista y presagiar una buena camada de reses que seguramente le darían muchas alegrías y ganancias jugosas. En lo que respecta a Chava, no podía irle mejor, se fajó tan bien con todas las vaquillas que tenía encandilados a todos los asistentes, circunstancia que le hacía sentir en el paraíso.

En cuanto terminó la tienta y pudo por fin descansar un poco mientras tomaba la bebida refrescante que le ofrecieron, el ganadero le dio una noticia sin igual:

- He pensado en ti para torear dos novillos el próximo mes en la fiesta que ofreceré a unos conocidos que vienen de la Capital ¿tú qué opinas? ¿puedes, quieres?

- Por mí, encantado.

- ¿Estás seguro de que no se interpone en tus estudios?

- Sí, seguro, no hay problema.

- De todas formas, hablaré con tu papá, sólo quería saber si tú estabas dispuesto y disponible.

- Sí, me parece bien.

- Bueno, pues dentro de un mes, te espero vestido de corto.

- Aquí estaré.

Chava, ante esta noticia, se esmeró en dejar sus deberes universitarios al día para poder estar tranquilo el día de la novillada; estaba realmente ilusionado y un poco nervioso, por eso quería tener todo arreglado para poder estar relajado unos días antes y tener la cabeza concentrada en los dos novillos que debía lidiar.

Los días fueron pasando y el plan que Chava se había impuesto para poder estar a punto para ese gran día, iba sobre ruedas, de tal manera, que dos días antes, Chava estaba totalmente libre de sus obligaciones académicas, pues se había esforzado de tal manera, que era capaz de responder a cualquier examen sorpresa, además, estaba acostumbrado a una rutina diaria de ejercicios, por lo que, a pesar de estar tan próxima la fecha esperada se encontraba en plenas facultades físicas y anímicas, lo que le permitió dedicar esos dos días, a centrarse en sus faenas.

El día de la esperada celebración llegó, los padres de Chava, aunque invitados por el ganadero y habiéndoles tratado de convencer su propio hijo, no asistieron, principalmente, porque a Doña Fátima, el sólo imaginar a su Chan Salvador frente a una mole con dos cuernos, le ponía la carne de gallina, así que Don Salvador, a pesar de que a él sí le hubiese gustado ver a su hijo, se quedó en casa para secundar a su esposa.

Chava, se dirigió con tiempo suficiente como para llegar holgado a la ganadería. Ataviado con un traje corto perfectamente cortado y exquisitamente complementado con finísimas botas y sombrero cordobés, hechos todos a medida, por sastre, zapatero y sombrerero locales cuyos acabados hacían de estos artículos, dignos competidores de aquellos procedentes de las más afamadas agujas.

No tardó en aparecer el ganadero que venía acompañado de dos muchachos vestidos a la usanza de los maletillas: gorra, camisa a cuadros y pantalones vaqueros, llevaban, el típico y ya casi caído en desuso, lío de capote en donde guardaban sus bártulos. El ganadero, después de saludar a un impecable Chava que olía a loción amaderada, los presentó:

- Mira, estos dos muchachos dicen que quieren ser toreros y han estado detrás de mí en todas las corridas en donde se han toreado nuestros toros pidiendo una oportunidad, así que pensé que tal vez podrían echarte una mano como subalternos.

Chava les dio una palmadita en el hombro con afecto y reconocimiento por su afición y su perseverancia; al instante, los dos muchachos dejaron la mano derecha libre de gorrilla y lío para ofrecerla respetuosamente a Chava.

- Bueno, pues ahora, a echarle ganas, pónganse xux.

- Sí, Maestro.

Desde la puerta de toriles se acomodaron Chava, como único diestro, detrás de él, los dos aspirantes y detrás de ellos, dos picadores: el mayoral y su hijo; en la zona de contrabarrera estaba el ganadero, junto con su esposa y los invitados especiales, el resto de la placita la llenaban los amigos locales del matrimonio.

A un lado, una pequeña banda de música que al toque de parches y metales, indicaron a los toreros que era hora de iniciar el paseíllo, al son del pasodoble “novillero”, partieron plaza.

Los aspirantes ayudaban a Chava como subalternos y como mozos de espadas.

- ¿Quién pone las banderillas? – preguntó a los dos subalternos.

Los aludidos parecían conocer el orden de antigüedad y quedaba claro que sabían de sobra a quien correspondía poner el primer par. Así que, con una actitud muy profesional, uno de ellos, cogió el par de rehiletes, mientras el otro, capote en mano, ocupó su sitio para la debida asistencia, junto a tablas a una distancia prudente, y Chava en los medios, listo para las labores de auxilio.

El aspirante, con las manos en alto y separadas, avanzaba lentamente hacia el novillo, pisando poco a poco sus terrenos, apoyando primero el talón y luego la planta entera, dio tres pasos, luego una corta carrerilla con las banderillas sujetas con las manos en alto y separadas y que sólo juntó cuando ya estaban a punto de llegar al final de su recorrido descendente, las clavó en el sitio perfecto cayendo bien reunidas en lo alto y del lado derecho.

Chava celebró sinceramente el buen par del torerillo, al igual que el público asistente, el ganadero lanzó un grito desde el tendido:

- ¡Bien, muchacho! ¡hace tiempo que no veía unas banderillas así, a la antigua usanza nacional! ¡qué bonitas te salieron!

Mientras el público mostraba su aprobación al banderillero, el otro subalterno mantenía controlado al novillo hasta que los otros dos lidiadores le relevaron y pudo ir a por el segundo par, Chava, en algún momento que le tuvo cerca, le animó como todo un colega:

- Venga, te toca a ti lucirte, tú tranquilo.

- Sí, Maestro.

El par del segundo banderillero fueron igual de artísticas a las del primero, quizá con un poco más de lucimiento, pues fueron al quiebro y ejecutadas con tal sentimiento que despertaron la ovación de los presentes.

Después de este segundo par, Chava decidió no forzar más al novillo y pidió la autorización del ganadero para prescindir del tercero, petición que fue concedida.

Chava, al ver que el novillo prometía, con sombrero cordobés en mano se dirigió en dirección al sitio del ganadero y brindó la faena a él y a su cónyuge, luego, armándose de muleta, se dispuso a comenzar con el trasteo.

Comenzó por pases de derecha, con la muleta a media altura, el novillo iba bien, por lo que en la última tanda, decidió que la mano podía ir más baja. Chava estuvo acertado en sus cálculos, el novillo embestía humillando y sin perder las manos al final de cada derechazo, un novillo con las condiciones necesarias para enlazar varios de estos en un recorrido perfectamente delineado en redondo que coronó de oro y diamantes la última tanda por la derecha.

Esto, Chava lo celebró haciendo un elegante y sobrio desplante que fue suficiente para que el público le premiara con sonoros aplausos.

Pero Chava tenía hambre de “oles”, así que tomó la muleta, la despojó de la espada, y se la pasó a la mano izquierda. Se colocó a la distancia que ya le había medido correctamente al novillo, le citó sin aspavientos, suavemente, le tenía confianza, entendía tan bien a su enemigo, que sabía que acudiría fácilmente. Y así fue.

Primero vino el primer natural, tan templado, tan lento, que entonces, escuchó el primer “ole”; con el corazón palpitante, se colocó sin más trámite para ejecutar el segundo, el novillo, como él lo había predicho, acudió de nuevo, sin rechistar ni reparar en nada más que en el engaño al que quería atrapar a toda costa, entonces vino el segundo, pausado, marcando los tres tiempos de una manera casi didáctica, el segundo “ole” le sonó a Chava como música celestial y así, le arrancó dos sinceros “oles” más a los espectadores.

Dos tandas más de toreo de verdad, el difícil, el de la izquierda que fueron manifiestamente reconocidas con jaleos y palmas, y decidió que ya había llegado el momento para ejecutar la suerte suprema, pues de intentar una tanda más, era arriesgar la perfección con la que hasta ese momento había sido ejecutada la faena y temía que en cualquier momento, el novillo acusara el cansancio haciendo deslucir cualquier pase, además, quería tenerle un poco boyante para que acudiera a la espada y ayudara al volapié que Chava ya tenía en mente.

Chava tomó la de hierro, cuadró las patas de su enemigo, enrolló ligeramente la muleta al palillo, la agitó casi imperceptiblemente, pero suficiente como para que pareciera que el novillo había recibido dos mensajes: descubrir el área de las agujas y que en tal postura acudiera hasta su contrincante que aguantaba gallardamente a que se reuniera con él, una vez que el novillo realizó estos dos cometidos, Chava embrocó el estoque hasta los gavilanes. La ovación no esperó a que el toro doblara, aunque éste, caminó unos tres pasos y se tendió, parecía que tranquilamente, pero al tomar el vientre contacto con el suelo, rodó irremediablemente, circunstancia que hizo que los aplausos arreciasen.

En el tendido, el ganadero, aplaudiendo y visiblemente satisfecho, se lamentó ante sus invitados, sólo por mantener viva la utopía de la perfección:

- Qué pena, si no hubiese hecho ese ligero movimiento de muleta, podíamos estar hablando de un volapié aguantando, pues se ejecutó casi en el mismo sitio en donde se perfiló Chava.

- Bueno, dijo uno de sus invitados, esa exigencia de quedarse como una estatua y esperar a que el toro acuda solo, sin provocación alguna, es muy antigua, me parece a mí, ten en cuenta mi estimado, que esa regla la escribieron en una época en la que se cansaba poco al toro con capotazos y muletazos, pues en realidad les arrancaban pocos pases.

- Tal vez, hombre, yo a Chava se la doy por excelente, pero me hubiera gustado tanto verle una estocada aguantando, por poco y lo lograba.

La faena le valió a Chava dos orejas, y al novillo, vuelta al ruedo y el arrastre lento.

Minutos después, salió el segundo y último de la fiesta privada.

- A ver de qué pasta estás hecho, te toca repetir un buen par de banderillas es tu oportunidad para rematar tu lucimiento ante el ganadero, - le metió presión Chava al primer subalterno de forma amistosa, ese día, lidiaba toros y tentaba la madera de los torerillos.

Mandó la entrada de los picadores, el novillo estuvo regular en la suerte de varas, acometió pero ni empujó con fuerza ni se le notaba alegría en su intento por derribar al caballo, simplemente, pasó con la nota mínima la prueba, lo cual hacía que se le percibiera como de comportamiento imprevisible, Chava trataría a toda costa de sacarle lo mejor. En cuanto a los banderilleros, ambos estaban decididos a todo, sin importar las pobres expectativas que ofrecía el ganado.

- Venga, con alegría, si se las pones igual de bien a éste, tendrá doble mérito,- le animó su compañero de andanzas.

- Entonces Chava intervino:

- Deja, ya te la pongo yo en suerte.

Ordenó el jefe de la lidia al banderillero que le correspondía tal labor, pues cuidaba al novillo de no hacerle pasar por fatigas innecesarias. El chico retrocedió y se colocó en su sitio observando con atención; con muchos sudores y muchísimo ingenio para no dar capotazos, Chava logró poner más o menos en suerte al bicho necio, el banderillero, preparado que estaba ya pegado en las tablas, con la lógica intención de colocarlas de adentro hacia afuera citó llamándolo a la vez que le provocaba con andar lento y con las manos simétricamente separadas en alto, el novillo entonces se arrancó y el banderillero estuvo muy atento de arrancar casi a la par que él.

El par terminó siendo de poder a poder y las banderillas quedaron en buen sitio, casi igualadas, únicamente las separaban unos imperceptibles milímetros una delante de la otra, el aspirante podía darse por satisfecho y el público le brindó un muy aplaudido reconocimiento.

El segundo par fue ejecutado más con técnica que con filigranas para el reconocimiento, esto fue así, por estrictas órdenes del matador Chava, quien estuvo en todo momento vigilante del tratamiento al novillo para amoldarle el comportamiento.

- Bueno, -dijo dirigiéndose a los maletillas – el tercer par, a ver si se alegra un poco y saca la casta.

Chava intentó ponerlo en la posición adecuada tratando de fijarlo. Costaba trabajo lograrlo, pero el subalterno dijo que con eso le bastaba, así que sin muchos trámites, corrió al encuentro de su contrario con las manos en alto y reuniéndolas sólo cuando el par de banderillas penetraron la piel vacuna.

Entonces, Chava, muleta en mano, fue decidido hasta donde se refugiaba su adversario.

- Vamos a ver si ocurre un milagro.

Empezó a querer dar forma a una faena, llamándole  y tratando de provocarle para que siguiera el señuelo, el aludido acudía con desigual codicia y bravura, Chava, después de la serie de tanteo, en la que probó algún derechazo, y algún estatuario, decidió que con este iba a hacer una faena de relumbrón, así que con suertes variadas, según veía venir la embestida en forma y velocidad, decidía en fracciones de segundo, si ejecutaba un derechazo a media altura o un molinete, lo cual, sólo los muy entendidos podían notar el grado de concentración al que se había sometido el lidiador, sólo así tenía alguna oportunidad de ejecutar algún pase decente.

Remató dos tandas de suertes variadas con el de pecho y en la última, se arriesgó al desplante arruzino: el teléfono. En la vida había pasado tantos nervios, ese novillo se había mostrado difícil de prever por lo que tuvo que arriesgar con este desplante para obsequiar al público, quien le reconoció el esfuerzo y el peligro al que se sometió.

En términos generales, se podía valorar el festejo como bueno, incluyendo como resolvió bastante acertadamente, la faena al segundo novillo. Al término de la parte taurina siguió una agradable comilona, a la que también se quedaron, invitados por el ganadero, los dos subalternos que se pasaron el rato conviviendo con los dueños y empleados, entretanto saciaban discretamente su feroz hambre. Chava conversó un instante con ellos:

- ¿Y tú cómo te llamas? – preguntó al de las primeras banderillas, - Martín Gómez, me llaman el Gitano en el mundillo.

- Tienes arte y por lo que pude ver, eres buen compañero, se ve que se te da bien hacer amigos, eso te ayudará.

- Eso espero, Maestro.

- Y yo Fernando Marel, - se presentó el otro.

- Fernando, - continuó Chava, - tú tienes cabeza fuerte, algo imprescindible en esta profesión, bueno y en cualquier otra, supongo, me gustó la casta que mostraste.

- Gracias, Maestro.

- ¿Y usted, Maestro, cuál es su próxima corrida?

- Ninguna, soy sólo un aficionado que tiene la suerte de quitarse las ganas de toro gracias a sus amigos ganaderos, en realidad yo voy para abogado.

- Ah, - dijeron los torerillos, casi al mismo tiempo.

- ¿Cómo no están dentro de la logística de alguna escuela taurina? Todo les vendría más rodado ¿no? – preguntó Chava sinceramente interesado.

- Ya anduvimos por alguna de ellas, - contestó el Gitano – pero pronto vi que todo lo que me enseñaban ahí, yo ya lo había adquirido por otro lado.

- Yo sí aprendí en una escuela taurina y algunas oportunidades tuve de lanzar capotazos y de ejecutar algún muletazo, de esas oportunidades que proporcionan este tipo de escuelas, pero la verdad, siendo el montón de alumnos que éramos, pues nos toca de a menos y yo tengo ganas de toro, novillo, o vaquilla a paso constante, además, me gusta que me evalúe el tendido, no un profe, por muy figura que haya sido.

- Pero, ¿no les parece que esta idea de andar buscando oportunidades por cuenta propia es una imagen muy alegórica pero ya muy pasada de moda?

Los dos muchachos se miraron por breves segundos y luego el Gitano respondió con un escueto:

- Tal vez.

Chava los felicitó por su arte una vez más y se fue a departir con el mayoral y su hijo, y después de convivir con los anfitriones y sus invitados durante la comida, se despidió de todos.

- Que estamos pasados de moda, dice el Maestro. – dijo el Gitano a Fernando, con cierta ironía cuando los dos torerillos se quedaron a solas.

- Desde su perspectiva tiene razón, él fuera un privilegiado del mundillo éste. Desde nuestro lugar sabemos muy bien hasta donde podemos llegar en eso de los privilegios, solo nosotros sabemos por qué los que nacimos en cuna baja siempre estamos pasados de moda. –sentenció Fernando.

- Sí, nada más mira la suerte que tiene. Tiene arte, tiene amigos que le dan vaquillas para entrenar y novillos para celebrar fiestas y no piensa dedicarse a esto.

- Ya sabes, unos nacen con estrella y otros…

- ¡Calla! ¡la boca se te haga chicharrón! Yo nací con estrella y pronto brillará – dijo el tal Gitano con los ojos brillantes de ilusión.

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